Thursday, January 5, 2012

Subida a Pico de Águila, Cali-Colombia


Esta vez no voy a escribir de economía, sino de algo mucho más emocionante: la subida en bicicleta de montaña a Pico de Águila. Un pico a 1688 metros de altura, en las afueras de Cali. El 29 de diciembre de 2011, mañana soleada y calurosa en la Sultana, localizada a 930 metros sobre el nivel del mar, es el escenario de esta subida de 700 metros.

El paseo es con mi hermano, el inquieto Santi, convertido ahora en un ciclo-montañista de 100 kgs de peso. Seis años menor que yo, pero con 30 kilos más, son una muestra del lado menos amable de los matrimonios. El Santi, con menos kms en sus piernas en el pasado reciente, hace evidente el dominio de la bicicleta. Mantiene estacionario el caballito de acero por unos cuantos minutos. Dicho dominio, adquirido hace más de 20 años cuando Edgar, su padre, ya se había percatado de sus habilidades de velocista y lo llevaba juiciosamente al Alcides Nieto Patiño a entrenar en pista. Eran los tiempos de Lucho Herrera, Fabio Parra y Martín Ramírez. Sólo un espíritu combativo como el de ellos, se le mide al reto de subir 700 metros, con sus piernas, una masa de 100 kilos.

La ruta la iniciamos en Altos de Ciudad Jardín, en el condominio Gualanday, donde dos grandes glorias del fútbol nacional tienen su casa de retiro. Lo que se nos viene es una subida de 15 kilómetros de distancia, de variadas pendientes y superficies, de diversos aires por respirar. También, de ambientes que varían desde el ruidoso suburbio caleño, hasta el inhóspito silencio de las alturas del trópico, donde el "gengén" espera pacientemente para alimentarse de nuestro cuerpo. Todo esto, nos era desconocido de antemano.

La salida de Altos de Ciudad Jardín, barrio de la élite caleña ubicado a 1000 metros de altura, es un primer aviso de que la superficie del terreno no estará de tu lado. A tan sólo unas cuadras de la casa, ya enfrentamos los primeros 600 metros de terreno destapado, para luego continuar por terreno pavimentado para salir a la tradicional ruta a La Vorágine, por detrás de la Universidad San Buenaventura. La subida a la Vorágine, un 29 de diciembre, es, por no decir lo menos, amistosa. El río Pance, con un caudal inusual, e encuentra sorprendentemente vacío. Quizás por los estragos de La Niña, quien dejó a los caleños sin ánimos de un sancocho a las orillas del río. Detrás de nosotros, la compañía de nuestro amado Edgar, en su camioneta Toyota. Como en los viejos tiempos, observa pacientemente el lento pero decidido pedalear de sus dos hijos.

El ascenso a La Vorágine de unos 7 y pico kilómetros, es apenas la fase de calentamiento, que nos ubican ahora a 1248 metros del altura. Después del puente, en lugar de trepar hacia el parque natural El Topacio, seguimos hacia el Banqueo. La primera cachetada está a apenas 100 metros del puente, una trepada de unos 600 metros con una pendiente de esas que te estrujan los músculos de tus piernas hasta llevarlos al dolor. Sin los equipos de rigor, es difícil decir de cuántos grados es la pendiente. No obstante, sí puedo afirmar que en los 7 kms de subida de Bogotá a Patios, no se observa semejante inclinación. Después de esos 600 metros viene un kilómetro, también muy parado, pero sobre terreno destapado. Una desgastante subida de 1,6 kms entre el puente de La Vorágine y "el Mirador" tiene como premio una primera vista al resplandeciente valle del río Cauca. Hasta ese punto, hemos subido a una altura de unos 1396 metros. Hemos escalado 400 metros.

Desde el mirador hasta la Unión, lugar que condensa el alma de nuestra familia, hay unos 2 kms, la mayoría de descenso. En este terreno el Santi muestra más que sus virtudes descendiendo en la bicicleta sobre terreno destapado, su espíritu de tomador de riesgo y de su inquebrantable confianza en sí mismo. Sin mirar atrás, me saca más de 500 metros de distancia. Después de una breve trepadita, hacemos una pausa de un par de minutos en la Unión, donde apreciamos a nuestra familia, ya a la expectativa de que nos bajemos de la bicicleta. Todos esperan que nos metamos al río, para después disfrutar de un delicioso sancocho vallecaucano, terminando así un año de abstinencia de tan deseado plato. Pero para el Santi esto no es suficiente reto.

Al mediodía de aquel 29 de diciembre, para el Santi el siguiente reto es llegar hasta Pico de Águila, la cima de un monte que nunca, durante mis 18 años de juventud en el Valle, había oído mentar. Entre la Unión y el pico hay aproximadamente unos 3 kilómetros de alta pendiente. Hemos dejado atrás las fincas y los estaderos, para darle la bienvenida al monte. Unos 400 metros después de La Unión, nos encontramos con el siguiente mirador, que nos ofrece otra majestuosa vista al valle, pero esta vez a una altura de unos 1440 metros. El paso lento por este tramo tiene como consecuencia el ataque del implacable "gengén", quien dejará en nuestras piernas una marca un poco más duradera que el dolor posterior al esfuerzo físico.

Con la nuestra mente puesta en el Pico de Águila, continúa nuestra escalada. El calor del mediodía nos obliga a hidratarnos. Veo al Santi con pocos arrestos. A punto de sucumbir ante el castigo del ácido láctico. Saco de mis bolsillos un AccelGel. 20 gramos de carbohidratos, 6 gramos de cafeína. Tomo un poco de él y lo paso con agua. Le regalo el resto a mi hermano. Un par de metros adelante el agua y el compuesto energético le renuevan su combativo espíritu. Como el ave Fénix, las piernas del Santi vuelven a mostrar un sólido pedalear. La pendiente se pone tan ácida, que hasta los políticos del Banqueo han decidido pavimentar unos cuantos metros la empinada carretera para permitir el ascenso de los Willis, muestra viva del atraso y la pobreza de la zona.

A la distancia, observamos la roca que esculpe el nombre de la cima. En efecto, la cima del monte esboza la forma de un impetuoso águila. Al final de la carretera, un letrero blanco consigna nuestro logro. El Santi acelera, se para en sus pedales y se dirige a él. Al llegar, baja de su caballito de acero y en ese punto, a 1688 metros de altura, después de 15 kilómetros de pedaleo, toma su bicicleta, la cuelga del aviso y lo besa. La única opción, al final del camino es bajar en tres direcciones. Una de ellas es devolverse a La Unión. Un baño en el río y un inolvidable sancocho, nos esperan. El Santi decide bajar como alma que lleva el diablo.